Yo es que soy así, bro.
Seguro que alguna vez has escuchado esta frase (con el bro o sin el bro, pero segurísimo).
Se suele utilizar para muchas cosas: desde justificar por qué te zampaste toda la pizza sin preguntar si alguien más quería, hasta defender por qué llegas siempre diez minutos tarde cuando quedas con los colegas.
Es el comodín perfecto para cualquier comportamiento que preferimos no explicar demasiado.
Pero, ¿qué hay detrás de esta frase? ¿De verdad somos "así" por naturaleza?
¿Estamos predeterminados a ser de cierta forma o podemos cambiar?
Sigue leyendo y te lo cuento.
Hablemos de personalidad: ¿es una herencia inmutable o un juego de Lego que podemos (re)construir?
Cuando alguien dice "yo soy así", suele estar hablando de su personalidad. Esa combinación única de características que, en teoría, nos hace predecibles (al menos para nuestros colegas y familiares).
Ahora bien, ¿nacemos con una personalidad fija como si fuera el color de nuestros ojos? La cuestión no es tan sencilla como parece.
La investigación en psicología (científica, no esa que te intenta colar el influencer de turno en TikTok) nos dice que la personalidad tiene una base biológica.
Cuestiones como la genética juegan un papel importante. Algunos estudios sugieren que nuestros rasgos de personalidad (es decir, nuestra tendencia a actuar más o menos, de X o Y forma en determinados contextos) pueden ser entre un 40% y un 60% heredados.
Es decir, si tu tía siempre fue algo "explosiva", puede que tú también hayas heredado ese "talento" para las discusiones acaloradas en la mesa de Navidad.
Pero aquí viene el giro de guion: no estamos completamente programados. Nuestra personalidad también está profundamente moldeada por nuestras experiencias (o como lo llamamos los psicólogos, nuestra historia de aprendizaje).
Aquí es donde entra en juego el famoso beef entre "naturaleza versus crianza”.
Y, como buen debate, la respuesta no es ni un "blanco" ni un "negro", sino más bien un "depende" (¿de qué pende?).
Por ejemplo, un rasgo de personalidad como la extraversión (para entendernos, lo sociables o tímidos que somos) tiene una base genética, pero también se ve afectado por el entorno en el que crecemos.
Si de niño te criaste en una familia que organizaba cenas todos los domingos con 20 personas, probablemente hayas tenido más oportunidades de desarrollar tu faceta social, aunque tu ADN te empujara hacia conductas que tienen más que ver con los momentos de soledad con un buen libro.
¿Podemos cambiar o no? Y, lo más importante, ¿de qué depende?
Vale, entonces sabemos que somos una mezcla de lo que heredamos y lo que vivimos. Pero la gran pregunta es: ¿podemos cambiar nuestra personalidad?
La respuesta corta es: sí, pero, probablemente, no de la manera que imaginas. No, no te vas a despertar un día y decir: "a partir de hoy, seré la persona más organizada del mundo", como si te cambiaras de ropa. Sin embargo, la evidencia sugiere que con esfuerzo consciente (y técnicas de modificación de conducta que puede aplicar un profesional, vaya), ciertas áreas de nuestra personalidad pueden modificarse a lo largo del tiempo.
Por ejemplo, en un estudio longitudinal famoso (Roberts et al., 2006) se mostró que, con el paso de los años, tendemos a volvernos más agradables y responsables (bueno, no todos... pero la mayoría). Esto parece estar vinculado a los grandes cambios de la vida adulta: trabajar, formar una familia o pagar una hipoteca tienden a suavizar ciertos rasgos impulsivos. Vamos, que la vida te enseña a golpes a no procrastinar tanto.
Otro estudio interesante realizado por Damian et al. (2019) encontró que no solo es posible cambiar ciertos rasgos de la personalidad, sino que los cambios pueden ser deliberados. Es decir, las personas que intentan activamente cambiar (por ejemplo, convertirse en personas más abiertas o menos neuróticas) a menudo lo logran con el tiempo, especialmente cuando se fijan metas específicas y constantes. Así que sí, parece que no todo está escrito en nuestro código genético después de todo.
La flexibilidad psicológica: tu superpoder no tan secreto
Si bien cambiar toda tu personalidad puede sonar agotador (y lo es, porque al final se trata de modificar comportamientos), hay algo que sí podemos entrenar y que tiene un impacto enorme en nuestra vida diaria: la flexibilidad psicológica. Este término, que parece salido de una clase de yoga para la mente, se refiere a nuestra capacidad de adaptarnos y responder de manera efectiva a las situaciones cambiantes, incluso cuando nuestras tendencias "naturales" nos empujan en otra dirección.
Por ejemplo, si eres una persona que suele evitar conflictos (y, seamos sinceros, la mayoría preferimos evitar una buena discusión), la flexibilidad psicológica te permite, en ciertas circunstancias, enfrentar una conversación incómoda en lugar de escapar. Lo mismo ocurre si eres del tipo que le cuesta planificar o si tiendes a sobrepensarlo todo: puedes entrenar para hacer cosas diferentes, incluso cuando "naturalmente" no te salen.
La buena noticia es que la flexibilidad psicológica se puede entrenar y desarrollar, especialmente en un proceso terapéutico. En terapia, trabajamos para identificar esos patrones que a veces parecen inevitables y aprender nuevas formas de responder. Este proceso permite poco a poco construir una mayor capacidad de adaptación y enfrentar los desafíos cotidianos con más recursos.
En resumen: sí, eres así… pero también puedes no serlo.
La próxima vez que alguien te diga "yo es que soy así", tienes permiso para sonreír con un poquito de superioridad (pero solo un poquito). Porque, aunque hay aspectos de nuestra personalidad que vienen de fábrica, tenemos más control del que creemos. Podemos elegir entrenar nuestra flexibilidad, adaptarnos, aprender y, quién sabe, tal vez incluso llegar puntuales a esas quedadas con los colegas.
Y si no lo consigues… ya sabes, siempre puedes decir "yo es que soy así, bro".
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¡Salud y psicología!